Hay aire y sol, hay nubes. Allá arriba un cielo azul detrás de él tal vez haya canciones; tal vez mejores voces . . . Hay esperanza, en suma. Hay esperanza para nosotros, contra nuestro pesar.
Pero no para ti, Miguel Páramo, que has muerto sin perdón y no alcanzarás ninguna gracia. (Pedro Páramo)
No nos engañemos, el Comala idílico no es el lugar donde quisieramos vivir. Le tenemos cariño, y lo queremos, pero ya no es nuestro sitio. Lo queremos tanto que nos quedamos sólo con los momentos buenos. No nos olvidamos de los malos momentos, incluso de aquellos momentos que pasamos una angustia tremenda, como fue la gran angustia que se apoderó de mí cuando la policía hizo una redada por fuera del instituto, mientras yo llevaba algo de material para vender. Todavía me acuerdo de la angustia que me producía pensar el disgusto que le iba a dar a mi padre. Y no es que fuese un camello en toda regla, era tan sólo un niñato que me sufragaba mis porros vendiendo "chocolate". Aún así, esos momentos forman parte de mi Comala idílico, posiblemente porque tuve la habilidad de deshacerme del pedrusco y no pasó a más, pero, sobretodo, porque me sentí un auténtico transgresor tomando a la policía como un gran enemigo.
Tampoco, no olvido mis noches interminables de aquel verano cuando el dolor de oídos era tan insoportable que me salían las lágrimas, y aún así no era capaz de pasar por la playa y no meterme en el mar. Y es que me quedo con todas las mañanastardenoches en la playa, de chiquilladas, de coger olas, de pesca submarina sin aletas (ya que el dinero no daba para más), de fútbol en la playa cuando terminabas con las piernas todas depiladas, en fin, ahora no sé muy bien todo lo que hacíamos, pero se nos hacía corto el día que empezaba y terminaba en la playa.
Ni tan siquiera olvido a aquella novia del instituto y el daño que nos hicimos mutuamente. Pero, me quedo con todo lo que ella me aportó, aunque yo no le aporté nada. Fue ella quién me enseñó que había algo que se llamaba poesía, a pesar de que no era capaz de expresarle, sin que me hubiese fumado un porro, lo que me conmovían algunos poemas. Por eso, me decía que me prefería fumado. Fue quién me regaló mi primer libro de poesía, aunque en un arranque de gilipollada se lo devolví, ahora sería un bien preciado. Era “Veinte Poemas de Amor y una Canción Desesperada”, que lo leía a escondidas por que me daba vergüenza que me viesen leyéndolo, como si así fuese menos hombre, o así jugase peor al baloncesto o al futbolín.
Pero, sobretodo, no olvido como de un día para otro se me cayó el mundo encima cuando me dejó mi primera novia y, no sé si en un arranque de odio, de soberbia o de orgullo o de qué, la mandé al carajo cuando luego quiso volver, aunque después lloré como un descosido cuando me di cuenta que ya no volvería a estar con ella. Pero, a pesar de que nuestra relación de amor pasó a ser una relación de odio, en mis recuerdos terminaron sobreviviendo todos los momentos buenos que tuvimos.
En fin, me resulta muy complicado definir con palabras cómo era mi Comala idílico, creo que interiormente me lo puedo describir mucho mejor con un montón de momentos, como los partidos de “rugbyleña” y las satisfacciones que te producían los méritos de guerra de un buen leñazo; las tardes abundantes de fuga en el instituto, de baloncesto y de futbolín, que, como buen descerebrado que era, me producía más placer meter todas la bolas con el pivote que ir a clase de latín; las tardes de porros a tope, y más cuando te ponías a volar con el no woman no cry; las noches desveladas resolviendo una ecuación diferencial que nadie de mis compañeros había resuelto; las borracheras que te hacen jurar que ya más nunca vas a volver a beber; el hambre que pasas cuando te has quedado sin dinero en una ciudad que no conoces a nadie; esos polvos odiosos y buscados tan sólo porque eran objetivos comunes con tus amigos; o cuando queríamos cambiar el mundo con la palabra, o cuando “quería escribir la canción más hermosa del mundo”, y “no sabía que la primavera duraba un segundo”; y qué sé yo, cualquier momento de descerebramiento adolescente o juvenil, cuando lo quería todo y te conformabas con nada.
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